martes, 15 de febrero de 2011

Maratón de Sevilla 2011 (Campeonato de España): crónica seria

Todo el mundo se habrá dado cuenta de que tengo el blog bastante abandonado en los últimos tiempos: desde antes de verano del año pasado no me he prodigado mucho, salvo contadas excepciones, en gran medida a causa de dos motivos: el primero, un cambio en la situación laboral que conllevaba un aumento de responsabilidades y un decremento proporcional del tiempo libre disponible, y segundo, un año para olvidar en el plano físico con un par de lesiones (una de ellas, una tendinitis aquilea) de larga duración, que cortaron re raíz cualquier regularidad en los entrenamientos y competiciones.
Allá por principios de noviembre, y tras ponerme en manos de los chicos del gabinete de fisioterapia de la universidad (nunca podré agradecerles lo suficiente lo que hicieron por mi), empecé a correr de nuevo prácticamente desde cero. Y digo desde cero, porque cualquier progreso logrado durante los últimos años de esfuerzo, se desvanecieron en los casi 5 meses en los que no pude correr. Y si hay algo realmente duro para un corredor, es el no poder sentir el viento en la cara ni el suelo bajo los pies.
Igual de duro fue el comenzar a entrenar y tener que refrenar los ánimos de correr al mismo ritmo que solía, pues si lesionarse es fácil, recaer de una lesión lo es mucho más. Y como dice el refrán, "de valientes está lleno el cementerio". Bueno, quizás sea una frase un poco fuerte para la situación, pero os hacéis una idea de lo que quiero expresar.
Pero los días pasaron, las fuerzas iban en aumento y mis maltrechos tendones aguantaban a la perfección sin rechistar demasiado. Los entrenamientos cada vez ganaban en intensidad y duración y mi cuerpo lo asimilaba bien. Llegaron las vacaciones de navidad, y los largos entrenamientos bajo el gélido aliento de mi ciudad natal se sucedían uno tras otro. Llegó el nuevo año, y los entrenamientos con la gente del equipo se hicieron más y más intensos. Poco a poco iba recuperando mi nivel anterior y, lo que es mejor todavía, con buenas sensaciones.
Pero falta algo muy importante sin lo que toda la motivación para desarrollar todo el trabajo descrito arriba hubiera sido vana: un objetivo. Y ese objetivo era el Campeonato de España de Maratón, que este año se celebraba en Sevilla.
Y dicho objetivo era perfecto, pues unido al cambio de fecha de la Maratón de Valencia a Noviembre, dejaba un vacío en el calendario difícil de llenar.
Ya tan sólo con llegar en buena forma a Sevilla era un gran logro para mí, lo que significaría que las lesiones habrían quedado atrás y que podría volver a difrutar de las zancadas sin fin que proporciona una carrera de esta distancia. Pero en mi zabeza rondaba una gran duda: ¿seré capaz de aguantar una carrera tan dura? Y lo más importante, ¿podré correr a un nivel similar al que lo hice hace un par de años en Valencia?
La verdad es que la cosa no pintaba demasiado bien, pues la experiencia previa en competición se resumía a la media maratón de Santa Pola tres semanas antes, en la que ya había sido capaz de bajar de la barrera de la 1h20 (lo que me asegura mínima para camponatos de España este año y el que viene), pero por contra, había sufrido bastante en los últimos kilómetros, sobre todo a causa del viento que soplaba esa mañana.
Por ello, mi viejo sueño de bajar de 2h40 en maratón se veía algo distante y debía replantearme un objetivo más asequible: bajar de 2h45, lo que tambíen me daría mínima para campeonatos de España y, lo más importante, me serviría para hacer marca personal.
Y ese fue mi objetivo para la fría mañana del día 13 de febrero. Con el pistoletazo de salida, me olvidé de los rivales y compañeros y salí a correr mi propia carrera, a disfrutar de la maratón, de Sevilla, de su gente y del deporte. Los kilómetros se sucedían y yo corría realmente cómodo. A veces pasaba a gente, otras veces me pasaban a mi. Unas veces los parciales del kilómetro salían demasiado rápidos y otras veces más lentos. Pero lo realmente importante es que me sentía bien y corría realmente cómodo.
El paso por la media maratón resultó ser algo más rápido de lo esperado: 1h19 frente a 1h21 que tenñia en mente. Tras jurar en arameo y llamarme de todo menos guapo durante unos segundos, el objetivo era mantener el ritmo en la medida de lo posible, pues muy mal se tenía que dar para no bajar de 2h45. Y puder mantner dicho ritmo durante 11 km más, hasta el 32, en el que el flato me obligó a decelerar e incluso hacer una pequeña parada técnica para realizar las maniobras básicas para superar el dolor. Pero desde entonces, el ritmo que había mantenido hasta el momento era demasiado fuerte y es ahí cuando empezó el sufrimiento.
Uno no sabe de lo que es capaz hasta que se le pone a prueba en situaciones realmente duras. Y puedo afirmar que el agotamiento y cansancio al que lleva una carrera de este estilo es una de esas situaciones. Desde el km 35 fui contando con ánsias los metros que me quedaban para acabar. Fueron muchas las veces por las que se me pasó por la cabeza parar a descansar, dejar de sufrir sin motivo (pues en eso coincido con mucha gente, hay que ser idiota, por no decir gilipollas, para sufrir de esta manera por el mero hecho de hacerlo) y llegar a meta sin como pudiese. Pero a base de fuerza de voluntad y, sobre todo, con el apoyo de Diego (que me siguió en bici durante esos últimos kilómetros), seguí adelante.
Pero sin duda, el mejor momento del día llegó cuando, enfilando la vuelta al tartán del estadio olímpico (que dicho de paso, era salida y meta de la carrera), vi el cronómetro bajo el arco de meta, contando segundos ligeramente por encima de 2h40: sacando fuerzas de flaqueza, esprinté ese último 100 que a su vez se hace tán y tán interminable.
Pero llegó la meta, y el reloj se paró en 2h40:25, ¡¡¡6 minutos por debajo de mi marca personal y ligeramente por encima de mi objetivo primigenio. Pero eso no importaba, había conseguido terminar la maratón y, sobre todo, me había batido a mí mismo.