lunes, 22 de febrero de 2010

Maratón de Valencia (el día que recordé mis motivaciones)

Sin duda, la trigésima edición de la Maratón de Valencia ha significado un importante hito en mi carrera como corredor de fondo. La lección aprendida durante dicha carrera la llevaré grabada a fuego y sangre en mi ser, por ser la primera carrera en la que me veo obligado a abandonar por lesión, tras cerca de 50 carreras disputadas. Ni siquiera en las dos ocasiones previas en que esto ha pasado me vi obligado a desistir, pues a base de fuerza de voluntad y un par, llegué a meta como pude. Pero en esta ocasión, la rendición era inevitable.

Y resulta curioso que, viendo una serie esa misma tarde, el capítulo reflejaba una lección similar. La serie es concreto se llama "Spartacus" (simplemente, adoro esta serie con estética al estilo 300 y que no racanea en escenas violentas con sangre a borbotones) y el capítulo se llama "Legends". En dicho capítulo, el instructor de la escuela de gladiadores (el "Doctore") le enseña al protagonista (Espartaco) que un combate en la arena no siempre tiene porqué acabar con la muerte del derrotado, sino que éste puede admitir su derrota y pedir clemencia realizando un sencillo gesto: levantar dos dedos.


A causa de su sobervia, Espartaco rechaza la enseñanza y jura que jamás se rendirá en la arena, pues prefire morir antes que soportar tamaña humillación. Pero como suele pasar en este tipo de situaciones, llega el momento en el que es derrotado por Crixus (vigente campeón de Cápua), y su vida depende la decisión del organizador de los juegos: si el dedo pulgar apunta hacia arriba, vivirá; si por el contrario apunta hacia abajo, morirá. Es justo en ese momento cuando Espartaco recuerda cuáles son sus motivaciones para seguir con vida, sus motivaciones para seguir combatiendo y proporcionale grandes vistorias a su dominus (Batiatus, interpretado por un magistral John Hannah): debe sobrevivir y encontrar a su amada Sura, raptada, violada y vendida como esclava por los romanos.

Parece extraño usar esta analogía para describir el abandono en una carrera, aunque la situación es bastante similar: una carrera en la que me siento como nunca, en la que estoy corriendo a un ritmo increíble, en la que he pasado la media maratón a tan sólo 15 segundos de mejorar mi mejor marca en la distancia, en la que me creo invencible... hasta que la recaída de una lesión previa (y probablemente no recuperada convenientemente) me hace vislumbrar la cruda realidad: en ocasiones hay que tragarse el orgullo y aceptar la derrota para poder aprender de los errores cometidos.

Es este caso, la carrera (mi "Doctore" particular) intentó darme una lección diez días antes de la carrera en forma de lesión muscular (una contractura en el gemelo izquierdo). Pero como Espartaco, desoí sus enseñanzas y a base de sobervia me decidí a correr la maratón. Y fue en ese fatídico kilómetro 22 donde me vi superado por mi oponente y quedé a la merced de una decisión: dedo arriba o dedo abajo.
Justo en ese momento es cuando recordé mis motivaciones para correr, de las alegrías que este deporte me da, de la soledad que me podría causar su falta...

"Y en ese momento levanté dos dedos."

La vida no acaba en una carrera: siempre habrá muchas más en las que poder resarcirme, en las que intentar ocultar la marca que ésta me ha dejado, en las que obtener victorias. Es por ello que la decisión deportiva más complicada de mi vida se encaminó a un abandono prematuro: ¿por qué forzar durante más de 10 kilómetros a producir una lesión peor que arruine una temporada entera? Y en ese momento recordé cuáles son mis motivaciones: el circuito diputación, la media de Albacete, el campeonato de España de maratón (a celebrar en Abril en Madrid)... pero ante todo, la compañía de mis compañeros durante esas largas jornadas de entrenamientos, compañía sin la cuál sería imposible encontrar la fuerza de voluntad necesaria para completar los duros entrenamientos e intentar mejorar día a día.

Pero no sólo he obtenido una valiosa lección de mi desgracia, sino que el esfuerzo del resto de mis compañeros me ha enseñado que la fuerza de voluntad mueve montañas, que cuando un objetivo se mete entre ceja y ceja (por muchas trampas que el destino te ponga el destino) al final terminas por lograrlo.
Posiblemente me deje algún que otro caso (mil disculpas a los afectados) pero como ejemplo podría citar a:
  • ... ese corredor que se empeña en mejorar y, a base de esfuerzo, consigue sus metas
  • ... ese corredor que tras aprender de sus propios fallos, acepta de nuevo el reto y lo supera con nota
  • ... ese corredor que con simplemente llegar a meta, ya tiene su merecida victoria
  • ... ese corredor al que a falta de escasos para meta se le nubla la vista y desfallece, pero que a base de coraje y voluntad saca fuerzas de su inmensa flojeza, y consigue realizar ese último esfuerzo
  • ... ese corredor que, tras realizar el árduo trabajo de preparación, se ve obligado a observar los toros desde la barrera con gran rábia y envidia
  • ... ese corredor que se solidariza con su compañero y le anima y le ayuda a mantener ese ritmo que ha de llevarles a ambos hasta la meta
A todos ellos, enhorabuena y ¡ole vuestros cojones!