lunes, 23 de febrero de 2009

Maratón de Valencia 2009

Pocas veces una carrera reúne los requisitos que esta maratón ofrecía este año: un trazado completamente plano, un circuito divertido y ameno, con continuos cambios de dirección en los primeros kilómetros, una temperatura más que agradable y una organización más que loable. Pasando por alto el hecho de que hacía un poco de viento, la carrera parecía sacada de las mejores fantasías de un corredor. Y es que se daban todas las condiciones para realizar una buena carrera.


Tanto es así que la tan odiada crisis económica también contribuyó a que el cartel de figuras se redujese hasta casi la nulidad (dos keniatas de medio nivel llegados a muy última hora completaba el cartel) y la maratón fuese más popular que nunca. Como prueba de ello, los tres primeros clasificados son españoles, naturales de la tierra. El tiempo del ganador un crono más que humilde (bueno, humilde para unos, ansiado por muchos otros) de 2 horas 26 minutos. Las dos figuras de ébano, perdidos en la clasificación a más de diez minutos del ganador.

Pero si embargo, este sin duda ha sido mi año. Tras un debut en 2008 más que digno, pues correr la maratón en 3h4min sin haber preparado la prueba tiene mucho más mérito del que parece, este año me he confirmado en la distancia logrando un crono impensable para mi tan sólo hace unas semanas: 2h 46m 19s. El objetivo antes de la prueba era realizar un ritmo medio de 4min el kilómetro, lo que hubiese dejado la marca en algo menos de 2h49min. Pero ese día todos los astros se alinearon y la preparación realizada durante varios meses dio su fruto. Ese tiempo me permitió cruzar la meta en la posición 45 (19 en mi categoría), que comparada con los 3200 participantes de la prueba, hace que mi gozo desborde de alegría.

Ya desde el principio sabía que el día iba a ser bueno: me levanté fresco como una rosa, me tomé un buen desayuno y partí hacia el lugar de la salida dando un paseo (casi 2km). La mañana era realmente fría, hasta el punto de que en muchos momentos tenía la piel de gallina. El sol se negaba a salir y los momentos previos a la carrera, ya sin ropa de abrigo, se hacían verdaderamente duros. Pero en el momento que Lorenzo se dignó a aparecer, su rayos dejaron una temperatura perfecta para correr.

A las 9 en punto se daba la salida entre el alboroto de la gente que en los márgenes de la pista se agolpaba. Tanto era el ruido que apenas si se oía el ruido de megafonía. La salida no era demasiado complicada, a excepción de un cámara de la televisión local, que tuvo la “feliz” idea de grabar la sensación de ser arrollado por 3200 personas corriendo. El ritmo de salida fue más o menos el pactado con los compañeros de 4min/km. Pronto la zona delantera de la carrera se fue fragmentando en grupillos que aunaban fuerzas de cara a los cerca de 40km por venir. En el km 3, el primer paso por el jamonero (apodo con el que ya se conoce al puente que cruza la Ciudad de las Artes y las Ciencias), con su pendiente machacona que empezaba a calentar las piernas. En el km 8, entrada al trazado de la fórmula 1. Ya en esos momentos la carrera estaba totalmente fragmentada y nuestra labor consistía en dar caza a grupos por delante nuestro. Pero en este punto tenemos que lamentar la primera baja de unos de los llamados a realizar un carrerón, que se quedó descolgado y ya no pudo pillarnos. En el km 11, paso por el puente móvil del puerto y, tras él, primer paso por línea de meta. De ahí enfilamos la calle de la Reina dirección avenida de los Naranjos, donde por suerte pudimos encontrar un grupo que marcaba un ritmo perfecto para los dos compañeros que quedábamos de la sección. Paso por el politécnico y vuelta hacia la estación del Cabañal, donde enfilamos Blasco Ibáñez hasta girar por la avenida de Aragón. De ahí todo recto hasta el centro por la calle Colón, donde nos esperaba la pancarta de la media maratón. El tiempo por ella, 1h23min, la que hubiese sido una gran marca para mi hace un año. Tras abandonar el centro, cruzamos el río y entramos en la zona de Campanar, donde el esfuerzo realizado comienza a pasar factura y tengo una pequeña crisis. Afortunadamente, consigo superarla y seguir sin problemas en el grupo en el que iba. Todo sigue igual hasta más o menos el km 30, distancia psicológica en la que se suele colocar el tan temido “muro”. Mi compañero empieza a flaquear y decidimos correr con algo más que piernas y corazón: con la cabeza. Sabedores de que quedan 12km por la zona menos atractiva del circuito (una recta de 10km por una zona totalmente abierta), relajamos el ritmo hasta ese momento casi perfecto de 3:54 a algo más de 4. Durante varios kilómetros seguimos a ese ritmo sin muchos problemas. Ya que el tan temido muro de los 30 no nos había tumbado, la organización decidió colocar el suyo propio en el km 36: un puente con un desnivel que desde la lejanía a más de uno hizo llorar solo de pensar que había que subirlo. Y este muro fue el que dejó a mi compañero bastante tocado, hasta tal punto que ya no pudo seguir el ritmo que estábamos marcando. A partir de entonces emprendí mi carrera en solitario hasta la meta: 6 km sin más compañía que los ánimos de los espectadores que abarrotaban las calles y una ilusión bárbara por llegar a meta. Sin embargo, por mucho que yo trataba de empujar, mis piernas se negaban a ir más rápido de lo que habían ido hasta entonces. Por lo menos no me obligaron a ir más despacio salvo en el tramo que se volvía a cruzar el jamonero, tramo en el que pedían a gritos un poco de descanso. Pero ya sólo quedaban tres kilómetros y era momento de ser valiente. Fijando la vista al frente, uno a uno fui cazando los corredores por delante de mí. De que me quise dar cuenta, estaba a poco más de un kilómetro de meta, entrando en un puerto totalmente abarrotado de espectadores que gritaban sin parar mi nombre (o soy muy famoso o la idea de los organizadores de imprimir el nombre en el dorsal con un tamaño de fuente lo suficientemente grande como para ser leída desde varios metros de distancia, había dado sus frutos). Yo seguía con los mío: cazar “cadáveres” y seguir adelante. Hasta que el cuerpo me quiso dar una pequeña lección por el sufrimiento infringido durante 41 km: un ligero pinchazo en la parte interior de la rodilla que me hizo temer los peor a escasos 500m de meta. Afortunadamente no fue más que eso, un aviso, y pude seguir adelante. Guardo con especial recuerdo los últimos trescientos metros, en los que realicé un sprint realmente alucinante (que me llevo a adelantar a 2 corredores más, uno de ellos a escasos 2 metros de la meta) que el pulsómetro dice hice a un ritmo de 3:07min/km. No está mal como colofón a una maratón.

Tras cruzar la meta, mil y una cosas se me venían a la cabeza. Ya sin tiempo para saborear el trabajo realizado, estaba dándole mil y una vueltas al recorrido y al ritmo llevado en cada tramo, intentando analizar dónde podía haber mejorado. Pero al juntarme con todos los corredores que habían acabado antes que yo (incluidos dos morenitos cabizbajos) y ver la satisfacción de aquellos que llegaban tras de mí, no pude más que participar de la fiesta y disfrutar del momento.

Esta celebración se volvía agridulce por momentos cada vez que llegaba algún conocido que había sufrido más de lo esperado. Pero pese a al dolor de una oportunidad perdida, esta la satisfacción de haber conseguido acabar la carrera y de saber que al año siguiente volverán a tener una oportunidad.

Sin duda, esta ha sido una de mis mejores carreras hasta ahora. Espero que el año que viene muchos puedan decir también lo mismo.

Pensamientos tras una maratón

Dicen que la maratón es una carrera que pone a prueba la resistencia humana, que lleva hasta los límites insospechados la capacidad de sufrimiento del hombre, que consigue exprimir al máximo las fuerzas de cada. Y que tal y como cuenta la leyenda, la primera persona que la corrió, un tal Filípides, cayó fulminado tras recorrer tamaña distancia sin poco más tiempo que el necesario para transmitir su importante mensaje. Pero sin duda, todo el mundo dice que la alegría y la sensación que se tiene tras cruzar la línea de meta, ya sea tras un sprint meteórico o a gatas sin poder casi andar, no tiene precio. Y es una sensación que personalmente he vivido dos veces y me resulta altamente complicado describir. Pues durante esos últimos 195 metros que precede la marca de los 42 km, el cúmulo de sensaciones que se agolpan en tu cabeza es de tal magnitud, que poco más puedes que disfrutar del momento y del calor que miles de personas anónimas proporcionan con sus gritos, abrazos, ánimos,…

Y tras cruzar la línea de meta de repente te das cuenta de que no puedes dar un paso más, que tus fuerzas están al límite del agotamiento, que tus pies duelen como si pisaras brasas al rojo vivo, que tus piernas apenas te soportan en pie, que tu corazón trata de salirse del pecho,…, pero sobre todo, te das cuenta de que has hecho algo que muy pocas personas se plantean siquiera: has acabado la carrera de las carreras, la maratón.

Es un momento que culmina un largo camino que comenzaba meses atrás, un camino que encauza parte de la temporada deportiva de muchos corredores populares, un camino que sólo aquellos que lo han recorrido saben lo duro y exigente que resulta. Pero ha llegado el final. Y también el final de los muy buenos momentos pasados con compañeros y amigos, de esos momentos que, aunque extenuantes en ciertos momentos, no te importa pasar porque te encuentras en buena compañía, con gente que tiene tu mismo sueño, ambición y, sobre todo, tu mismo objetivo. Por estos motivos, ayer no corrí una maratón solo, sino que corrí varias, y todas al mismo tiempo. Me alegré mucho más de aquellos que consiguieron sus objetivos que de mis logros personales. Pero sobre todo, me fastidió más que a nadie el que muchos no tuvieran su día y “su”, digo “nuestra” maratón, no resultase tan perfecta como habíamos soñado tantas veces en los días precedentes. Todavía hoy me duele el ver llegar a muchos con la cara y el cuerpo descompuesto y el alma en los pies.

Es por ello que quiero mandar un abrazo a todos aquellos compañeros que han estado ahí durante todos estos meses, animando y ayudándome en los entrenamientos día a día; a aquellos que desde la barrera han planificado entrenamientos; a todos aquellos que invirtieron una mañana de domingo, con madrugón incluido, en dar apoyo a todos los participantes de la sección, ya fuera como espectadores, como acompañantes a pié o en bicicleta, o realizando un reportaje en video y fotográfico que quedará para el recuerdo de todos. Sin duda, sin la ayuda de todos ellos no podría haber terminado esta carrera de la forma en la que lo hice.

A todos, gracias de corazón.

lunes, 16 de febrero de 2009

El corredor de fondo

Después de una temporada sin escribir nada, vuelvo con otro artículo de esos que cuestan leer, no por su contenido, sino por su longitud. Sin embargo, esta vez no he sido yo el autor, sino que este fragmento es de un escritor uruguayo llamado Marciano Durán. Muchas gracias a Javi por enviármelo y darme permiso a publicarlo.

Esos locos que corren

Yo los conozco.
Los he visto muchas veces.
Son raros.
Algunos salen temprano a la mañana y se empeñan en ganarle al sol.
Otros se insolan al mediodía, se cansan a la tarde o intentan que no los atropelle un camión por la noche.
Están locos.
En verano corren, trotan, transpiran, se deshidratan y finalmente se cansan...
sólo para disfrutar del descanso.
En invierno se tapan, se abrigan, se quejan, se enfrían, se resfrían y dejan que la lluvia les moje la cara.
Yo los he visto.
Pasan rápido por la rambla, despacio entre los árboles, serpentean caminos de tierra, trepan cuestas empedradas, trotan en la banquina de una carretera perdida, esquivan olas en la playa, cruzan puentes de madera, pisan hojas secas, suben cerros, saltan charcos, atraviesan parques, se molestan con los autos que no frenan, disparan de un perro y corren, corren y corren.
Escuchan música que acompaña el ritmo de sus piernas, escuchan a los horneros y a las gaviotas, escuchan sus latidos y su propia respiración, miran hacia delante, miran sus pies, huelen el viento que pasó por los eucaliptos, la brisa que salió de los naranjos, respiran el aire que llega de los pinos y entreparan cuando pasan frente a los jazmines.
Yo los he visto.
No están bien de la cabeza.
Usan championes con aire y zapatillas de marca, corren descalzos o gastan calzados.
Traspiran camisetas, calzan gorras y miden una y otra vez su propio tiempo.
Están tratando de ganarle a alguien.
Trotan con el cuerpo flojo, pasan a la del perro blanco, pican después de la columna, buscan una canilla para refrescarse... y siguen.
Se inscriben en todas las carreras... pero no ganan ninguna.
Empiezan a correrla en la noche anterior, sueñan que trotan y a la mañana se levantan como niños en Día de Reyes.
Han preparado la ropa que descansa sobre una silla, como lo hacían en su infancia en víspera de vacaciones.
El día antes de la carrera comen pastas y no toman alcohol, pero se premian con descaro y con asado apenas termina la competencia.
Nunca pude calcularles la edad pero seguramente tienen entre 15 y 85 años. Son hombres y mujeres..
No están bien.
Se anotan en carreras de ocho o diez kilómetros y antes de empezar saben que no podrán ganar aunque falten todos los demás.
Estrenan ansiedad en cada salida y unos minutos antes de la largada necesitan ir al baño.
Ajustan su cronómetro y tratan de ubicar a los cuatro o cinco a los que hay que ganarles.
Son sus referencias de carrera: ´Cinco que corren parecido a mí´. Ganarle a uno solo de ellos será suficiente para dormir a la noche con una sonrisa.
Disfrutan cuando pasan a otro corredor... pero lo alientan, le dicen que falta poco y le piden que no afloje.
Preguntan por el puesto de hidratación y se enojan porque no aparece.
Están locos, ellos saben que en sus casas tienen el agua que quieran, sin esperar que se la entregue un niño que levanta un vaso cuando pasan.
Se quejan del sol que los mata o de la lluvia que no los deja ver.
Están mal, ellos saben que allí cerca está la sombra de un sauce o el resguardo de un alero.
No las preparan.... pero tienen todas las excusas para el momento en que llegan a la meta.
No las preparan...son parte de ellos.
El viento en contra, no corría una gota de aire, el calzado nuevo, el circuito mal medido, los que largan caminando adelante y no te dejan pasar, el cumpleaños que fuimos anoche, la llaga en el pie derecho de la costura de la media nueva, la rodilla que me volvió a traicionar, arranqué demasiado rápido, no dieron agua, al llegar iba a picar pero no quise.
Disfrutan al largar, disfrutan al correr y cuando llegan disfrutan de levantar los brazos porque dicen que lo han conseguido.
¡Qué ganaron una vez más! No se dieron cuenta de que apenas si perdieron con un centenar o un millar de personas... pero insisten con que volvieron a ganar.
Son raros. Se inventan una meta en cada carrera.
Se ganan a sí mismos, a los que insisten en mirarlos desde la vereda, a los que los miran por televisión y a los que ni siquiera saben que hay locos que corren.
Les tiemblan las manos cuando se pinchan la ropa al colocarse el número, simplemente por que no están bien. Los he visto pasar.
Les duelen las piernas, se acalambran, les cuesta respirar, tienen puntadas en el costado... pero siguen.
A medida que avanzan en la carrera los músculos sufren más y más, la cara se les desfigura, la transpiración corre por sus caras, las puntadas empiezan a repetirse y dos kilómetros antes de la llegada comienzan a preguntarse que están haciendo allí.
¿Por qué no ser uno de los cuerdos que aplauden desde la vereda?
Están locos.
Yo los conozco bien.
Cuando llegan se abrazan de su mujer o de su esposo que disimulan a puro amor la transpiración en su cara y en su cuerpo.
Los esperan sus hijos y hasta algún nieto o algún abuelo les pega un grito solidario cuando atraviesan la meta.
Llevan un cartel en la frente que apaga y prende que dice ´Llegué -Tarea Cumplida´.
Apenas llegan toman agua y se mojan la cabeza, se tiran en el pasto a reponerse pero se paran enseguida porque lo saludan los que llegaron antes.
Se vuelven a tirar y otra vez se paran porque van a saludar a los que llegan después que ellos. Intentan tirar una pared con las dos manos, suben su pierna desde el tobillo, abrazan a otro loco que llega más transpirado que ellos.
Los he visto muchas veces.
Están mal de la cabeza.
Miran con cariño y sin lástima al que llega diez minutos después, respetan al último y al penúltimo porque dicen que son respetados por el primero y por el segundo.
Disfrutan de los aplausos aunque vengan cerrando la marcha ganándole solamente a la ambulancia o al tipo de la moto.
Se agrupan por equipos y viajan 200 kilómetros para correr 10. Compran todas las fotos que les sacan y no advierten que son iguales a las de la carrera anterior.
Cuelgan sus medallas en lugares de la casa en que la visita pueda verlas y tengan que preguntar.
Están mal. -Esta es del mes pasado- dicen tratando de usar su tono más humilde..
-Esta es la primera que gané- dicen omitiendo informar que esa se la entregaban a todos, incluyendo al que llegaba último y al inspector de tránsito.
Dos días después de la carrera ya están tempranito saltando charcos, subiendo cordones, braceando rítmicamente, saludando ciclistas, golpeando las palmas de las manos de los colegas que se cruzan.
Dicen que pocas personas por estos tiempos son capaces de estar solos -consigo
mismo- una hora por día.
Dicen que los pescadores, los nadadores y algunos más.
Dicen que la gente no se banca tanto silencio.
Dicen que ellos lo disfrutan.
Dicen que proyectan y hacen balances, que se arrepienten y se congratulan, se cuestionan, preparan sus días mientras corren y conversan sin miedos con ellos mismos.
Dicen que el resto busca excusas para estar siempre acompañado.
Están mal de la cabeza.
Yo los he visto.
Algunos solo caminan... pero un día... cuando nadie los mira, se animan y trotan un poquito.
En unos meses empezarán a transformarse y quedarán tan locos como ellos.
Estiran, se miran, giran, respiran, suspiran y se tiran.
Pican, frenan y vuelven a picar.
Me parece que quieren ganarle a la muerte.
Ellos dicen que quieren ganarle a la vida.
Están completamente locos.

domingo, 1 de febrero de 2009

Round 1: Elche de la Sierra

Sí señores: ha vuelto el circuito diputación, y lo ha hecho a lo grande!. Es la segunda vez que corro esta prueba y confieso que es una de mis favoritas, a la vez que una de las más duras que he hecho hasta ahora, maratones incluídas.
Esta es una prueba donde los corredores de verdad se reivindican, y aquellos que van a correr por correr, sufren como cabrones. Y es que el perfil que propone esta carrera pone a prueba la capacidad de resistencia al dolor de piernas de los corredores que se atreven a disputarla. Súmale a todo ello un viento racheado algo fuerte y tendrás una carrera bastante infernal.


A pesar de lo dicho anteriormente, más de 700 personas se dieron cita en la salida de esta prueba. Quizás sea el mono de carreras y la falta de pruebas en estas fechas lo que hace que tanta gente asista a esta prueba, aunque la proximidad con las provincias de Murcia y Alicante también ayuda algo a la hora de atraer a la gente.
El desarrollo de la prueba es una auténtica pasada: el primer kilómetro discurre por las estrechas calles del pueblo, donde hacerse un hueco y adelantar a la gente es más complicado que adelantar en la Fórmula 1. Tras ese primer kilómetro, tres más de bajada hasta el comienzo de la primera pared que sube hasta el Puerto Lope (en el kilómetro 5,5). De nuevo, una bajada increíblemente rápida hasta el Cortijo de la Hoya, donde hay que frenar el cuerpo si no quieres bajar rodándo (como prueba de ello, entre el km 7 y el km 8 invertí un tiempo de 3:09). De repente, al final de esta bajada y sin poder descansar ni un sólo segundo, aparece la segunda pared de la prueba: una rampa bestial de unos 800m con un desnival sumamente fuerte, que lleva hasta la Peña del Agua. Nuevamente, una bajada a tumba abierta de 2km hasta Caño de Villares, donde comienza la ascensión final hacia meta, una rampa de 3,5 km que hace aflorar el cansancio de los corredores y a más de uno deja en la cuneta.
Pero la recta de meta, una avenida de unos 300m totalmente abarrotada de gente animando sin parar, hace que el cansancio acumulado desaparezca y esprintes como si te fuese la victoria en ello. Chapó para la organización y para el pueblo.